Cultura editorial: apuntes sobre el editor y la carreta, Giangiacomo Feltrinelli

Primero

1955. Los dos primeros libros de Feltrinelli Editore acaban de salir de la imprenta. Por supuesto, ahí están las obligatorias erratas. Son jóvenes, pero no tanto. Giangiacomo tendrá unos veintinueve años. Está en la edad dantesca, «en medio del camino de la vida, […] errante en la selva oscura». Sólo que en su caso, veintinueve no serán la mitad de su vida, a partir de este momento fundacional le quedan unos diecisiete años, diecisiete o dieciséis, luego la bomba.

Se nota la determinación y la inteligencia en un aspecto clave: una línea editorial clara, imperturbable. Se trata de algo obvio, pero la dificultad radica no en identificar la necesidad de su presencia, sino en definir la tal línea. No, no se trataba de «difundir cultura», como se escucha incansablemente en los círculos culturales de hoy en día, aunque inevitablemente había algo de ello; Giangiacomo, no obstante, le tenía demasiado respeto a esa vasta palabra, un respeto que obligaba a la sobre reflexión al respecto.

Al menos en esta primera etapa, se trataba de algo más concreto y real, algo tangible casi, tanto que había que había que abordarlo en tres aristas:

  1. «Un antifascismo consecuente y coherente».
  2. «La búsqueda de una forma de coexistencia entre países con diferentes estructuras económicas y políticas que no aceptase la cristalización de la entonces existente geografía economicopolítica sino que propusiera…
  3. «la posibilidad de que las nuevas fuerzas del Tercer Mundo, de los países que salían de una dominación colonial encontraran su propio orden y se insertaran con fuerza en el sistema político mundial».

Segundo

Albe Steiner estuvo encargado de las primeras portadas de Feltrinelli Editore. Visitó México entre el 46 y el 48 para colaborar con el Taller de Gráfica Popular. Trabajó también para Einaudi, para periódicos de izquierda, Pirelli, Olivetti, etcétera.

Tercero

Los sesenta son el periodo de madurez para la Feltrinelli. Ya ha pasado el gran hito del Doctor Zhivago, ya se ha publicado El gatopardo. Giangiacomo ya no forma parte del Partido Comunista Italiano (PCI), algo se ha roto, pero algo se mantuvo. En un artículo de Enrico Filippini se describe el aire de la editorial en aquella década; el fragmento que he podido leer me parece rosa y prescindible, excepto por lo siguiente:

Económicamente hablando, ser editor significa o disponer de mucho dinero y arriesgarlo, o no tener nada y querer ganar mucho.

Feltrinelli pertenece a la primera estirpe.

Cuarto

Como en México, en Italia la lectura debe abrirse paso trabajosamente entre la población. Feltrinelli se queja de que la gente no tiene tiempo: así no se puede promover la lectura. Hubo, al rededor de ese tema, una interesante polémica publicada en Il Corriere entre él, Einaudi y Mondadori.

Para Einaudi, editor preciosista, la solución radica en el desarrollo: constrúyanse bibliotecas municipales.

Para Mondadori, en cambio, la solución radica en modificar la relación con el mercado: libros a plazos, libros por correo, clubes de libro.

Para Giangiacomo, extraño empresario socialista, por una parte la solución yace en el cómo mostrar los libros en las bibliotecas y librerías (el display) pero también asoma una respuesta radical: que se disminuyan las horas de trabajo de los obreros.

Quinto

A G.F. le salían así como así ideas «radicales», ideas que parecían alocadas para un empresario-editor-comunista.

Por muy paradójico que pueda parecer, yo, como editor, suscribo plenamente lo que Fidel Castro ha llamado «la abolición de la propiedad intelectual», es decir, la abolición del copyright. Gracias a esta medida, en Cuba se hallan disponibles los libros necesarios, necesarios a los cubanos.

Curiosa afirmación, pues Feltrinelli conocía bien el juego internacional de derechos de autor, como lo demostró con el caso Pasternak.

Sexto

Para Feltrinelli la edición era un juego de fortuna en doble sentido. Por un lado, fortuna en el sentido literal de la palabra: económica. Pero también lo era en un segundo sentido, fortuna «política».

Trato de hacer una edición que quizá tenga su razón de ser en este momento, en la contingencia del momento histórico, pero que estoy prácticamente seguro de que también la tendrá en el curso de la historia. Los escritos del Che Guevara son necesarios.

Giangiacomo nació millonario: tenía la primera fortuna garantizada. Así, no dudó en invertir en proyectos descabellados: las publicaciones del PCI, la formación de la Biblioteca y del Instituto Feltrinelli —dedicados a la lucha obrera—, la misma Feltrinelli Editore. Incluso logró no dilapidar del todo la fortuna familiar; como buen administrador que era, convirtió estos proyectos en algo viable. Creo pues, que Giangiacomo buscaba sobre todo la segunda clase de fortuna, editar libros afortunados desde el punto de vista histórico. Y sí, lo logró más de un par de veces.

Séptimo

En los sesentas y setentas se imaginaba febrilmente, y entre esas divagaciones uno de los temas favoritos era el futuro. Así, G.F. imaginó la librería del futuro, y resultó algo muy similar a la actual impresión bajo demanda, o a Amazon. Su hijo Carlo anota algunas ideas que su padre comunicó a La Nazione:

librerías como máquinas de discos, sin libros, sólo con teclas y botones. Uno entra, elige el título y aprieta un pulsador. Un teleimpresor conectado con la imprenta más cercana transmite la orden. Ésta pasa al almacén y llega a la cinta perforada que contiene el texto del libro elegido. En un abrir y cerrar de ojos, una enorme máquina offset imprime y hace llega a la librería el volumen pedido, en los caracteres tipográficos, el idioma y la encuadernación elegidos.

O quizás una edición popular, con las páginas cosidas por la parte superior en lugar de por el lomo, destinada a la basura después de leer.

Feltrinelli manda hacer incluso el quiosco selfservice y los instala. Fracasa. Hoy, aunque contamos con la tecnología, aunque existe la librería «ideal» de Giangiacomo, sabemos que no es la solución para el dilema de la lectura. Quizá habría, sí, que volver a una idea todavía más loca: reducir las jornadas laborales.

Último

Giangiacomo no era un gran lector, o al menos era modesto. Una vez su hijo le preguntó si leía muchos libros. Respondió que sí, muchos, pero no muchísimos.

Sabemos que la definición de editor no es única, muchas son sus tareas y diferentes sus máscaras. Los hay cultísimos, seres discretos de biblioteca, así como los hay emprendedores, seres públicos de farándula. Ser editor no significa nada, pues, a menos que se pongan los puntos sobre las íes, a menos que se describa a un editor, y entonces él, sí, podría ser algo. Así, Giangiacomo bosquejó en entrevistas algunas definiciones de sí mismo como editor, desconozco la cita exacta, pero la imagino algo así:

El editor, para no ser ridículo, no debe tomarse excesivamente en serio, es […] un vehículo de mensajes. Sin saber nada, debe conseguir que se sepa todo, todo lo que sea útil […]. Es un puro lugar de encuentro y de clasificación, de recepción y de transmisión. Y sin embargo, es necesario encontrar y clasificar los mensajes adecuados, es necesario recibir y transmitir escritos que estén a la altura de la realidad. […] Puede afrontar su propio trabajo basándose en una hipótesis muy aventurada: que todo, absolutamente todo, debe cambiar y cambiará.

Ser editor no es nada, sólo llevar una carreta llena de papeles a los hombres para que esos papeles les expliquen cómo es la vida.

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